La cultura de primera vuelta presidencial
La cultura de primera vuelta presidencial
Víctor Maldonado
Si la candidatura de empresario-candidato sigue perdiendo vitalidad, y las encuestas de aquí a mayo lo presentan en un lento declive, el escenario es bien distinto. En la derecha sabrán por anticipado que no va a ganar las presidenciales.
Un encuadre en ajuste
Una campaña presidencial tiene su partida más oficial cuando se sabe a ciencia cierta quiénes son los candidatos. No se trata sólo de conocer los nombres de las personas dispuestas a asumir la Primera Magistratura (su número puede ser inusualmente alto), sino de saber qué representa una postulación y a quiénes puede representar.
Lo que tenemos seguro son dos candidatos de las coaliciones mayoritarias, donde se han despejado ya las incógnitas previas.
Pero los otros candidatos también importan. Entre ellos la definición de un candidato de izquierda como Jorge Arrate es significativa, como complemento de las campañas parlamentarias a punto de sacar del ostracismo a todo un sector político.
Otra candidatura en curso es la de Adolfo Zaldívar, pero aún no está claro si llegará a representar una posición definida. También ha ido adquiriendo relevancia la opción de Marco Enríquez-Ominami, y aún permanece abierta la posibilidad del senador Alejandro Navarro.
El panorama de estas opciones tiende a clarificarse cuando se los pasa por el colador de su capacidad de convocatoria a sectores sociales relevantes. Esto nos permitirá separar la paja del trigo.
Arrate representa una posición política fácilmente identificable: los que quieren fortalecer un polo de izquierda por sobre una coalición de centroizquierda. La idea es atraer a esta posición al PC, humanistas y personas que han pertenecido a la Concertación. Es un llamado a un reconocimiento de filas que viene de lejos. "Los socialistas votan por los socialistas", nos dice Arrate, y ése es el aporte que quiere entregar a esta candidatura. Lo que quiere llegar a ser es la posibilidad de crecimiento de la izquierda abriendo un surco en el oficialismo más cercano.
También Marco Enríquez-Ominami parece tener un espacio que combina aparición generacional, enfrentamiento a las dirigencias y aptitudes comunicacionales.
La prensa de derecha ha hecho un esfuerzo especial por mostrar que goza de un amplio e insospechado apoyo. No sabemos si, de verdad, lo creen, pero sí sabemos que están convencidos de que cultivar esta idea en la centroizquierda sirve a sus propósitos.
Razones para dejar a Piñera
Si el grupo estratégico de Piñera ha llegado a concluir que alentar al diputado por Quillota -evitando su bajada- es bueno para el candidato-empresario, entonces hay que pedir disculpas públicas: hasta ahora los errores del abanderado de RN se han atribuido en exclusiva a su incapacidad de ceñirse a una estrategia ordenada y a un trabajo mancomunado con sus colaboradores. Ahora podría quedar claro que las torpezas también podrían provenir de su equipo asesor, que consigue lo contrario de lo que se propone.
Hace menos de un año, la Concertación parecía haber acumulado un porcentaje nada despreciable de voto castigo, que se canalizaba a lo que había, es decir, hacia Piñera.
Ahora (y esto es mérito de Bachelet y de Frei) este tipo de votantes descontentos está disminuyendo, y el que aún está en tal condición tiene alternativas más amigables y menos alejadas de sus convicciones.
Cuando este tipo de tendencia se consolide, será relativamente exótico el caso de quienes apoyan y hayan votado por Bachelet y opten ahora por Piñera. En esa medida se irá esfumando la chance presidencial del empresario-candidato. Hay que tener claro que quienes definen esta elección siguen encontrándose entre los indecisos, los independientes y entre quienes se definen como de centroizquierda.
Vuelvo por último al tema de los otros aspirantes a ocupar La Moneda, para decir que, en el caso de las alternativas que nos faltan por mencionar, pisamos terreno mucho menos firme.
Las precandidaturas del senador Navarro y del senador Zaldívar o bien van remitiendo o bien nunca han experimentado un despegue. El primero porque un candidato contestatario de izquierda se ve ahogado en su opción si hay otro aspirante que representa oficialmente a la izquierda tradicional, y si aun hay alguien más que hace un mejor papel de contestatario de nuevo cuño.
Y si Navarro ve ocupado su espacio, el senador "colorín" no tiene ninguno. Para la derecha, Zaldívar ha pasado a ser más una amenaza que un apoyo. Primero, sabe que por pocos votos que tenga, lo que le quite a Piñera juega contra su única opción real; segundo, no hay ninguna garantía de que el menguado electorado del ex DC lo siga a la derecha; y, tercero, no es ningún antídoto contra Frei.
Vitalidad perdida
Es fácil colegir que parte importante de la forma como se encara la campaña presidencial tiene que ver con el hecho de que tanto postulantes como electores han ido asimilando la lógica de las dos vueltas presidenciales.
Cada cual sabe que puede haber espacio para manifestar preferencias particulares y que luego llega el momento de la confluencia hacia la mayoría.
Lo que hace que el espacio se achique para expresar preferencias particulares, aun con plena conciencia que ellas no están entre las más viables, es lo reñido que esté resultando la competencia principal.
Aquí se presenta el problema. Se ha producido una evolución en la campaña de Piñera que anima a la dispersión.
Todos recordarán un tiempo, aunque parece ya lejano, en que Piñera asomaba en las encuestas como candidato destinado a ganar. Daba la impresión de estar corriendo solo, a gran distancia de los posibles contrincantes.
Lo decisivo es que daba la impresión de acercarse a la barrera del 50% de las preferencias, y con ello ganaba en verosimilitud la posibilidad de que la competencia se despejara en primera vuelta.
En tales circunstancias, para quienes dirigían la campaña opositora, lo importante era asegurar unos pocos puntos más y debilitar al oficialismo mediante una alianza de mutua conveniencia con personajes escindidos de la Concertación.
Si semejante escenario se hubiera consolidado, es muy improbable que las versiones más principalistas en la izquierda tomaran fuerza. Marcar distancia entre centro e izquierda sólo favorecía a la derecha.
En tales circunstancias sólo cabría esperar el mayor de los órdenes o el peor de los desórdenes desde el centro hacia la izquierda. Es decir, lo que cabía esperar -en el mejor de los casos- era que las diferencias se superaran a fin de detener una candidatura fuerte de la Alianza o, alternativamente, que, dando ya por perdida la presidencial, cada cual optara por defender intereses partidarios o personales.
El asunto estaba en que este escenario hacia la diáspora más probable sólo podía presentarse ante una candidatura de derecha creciendo o manteniéndose muy cerca de la mayoría absoluta. Pero no es eso lo que hemos visto.
Si la candidatura del empresario-candidato sigue perdiendo vitalidad, y las encuestas de aquí a mayo lo presentan en un lento declive, el escenario es bien distinto del que antes reseñamos. En realidad, si eso sucede, en la derecha sabrán por anticipado que no va a ganar las presidenciales, por mucho que las apariencias alienten a los más desinformados.
Si la derecha pierde peligrosidad, los demás sienten menos presión ambiente y se sienten con capacidad de maniobra. Y es eso lo que parece estar ocurriendo por ahora.
Cuando más lo necesita, el candidato de la Alianza no parece repuntar. Si de algo sirven las señales públicas es para marcar estados de ánimo, y nadie que vea a Piñera podrá quedar contagiado de ningún tipo de optimismo.
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